"La más chilena y la más admirada en el exterior"

Por David Gallagher
[2 de mayo de 1991]

Es muy grato para mí poder presentar hoy el libro El Cascabel al Gato, de José Piñera, ese gran transformador de la economía chilena que es, a la vez, un gran amigo. Quisiera permitirme primero algunas reflexiones generales.

Hace poco estuvo acá el economista ruso Vitaly Naishul. Es un economista liberal, un lector de Hayek que vive en Moscú. Ya había hecho una incursión a Venezuela. Comentó que sólo allí entendió el verdadero significado de las reformas económicas realizadas en Chile. En Venezuela conoció el capitalismo mercantilista y corporativista que alguna vez tuvo Chile y que todavía se extiende por todo el continente, capitalismo en el sentido en que una buena parte de la propiedad es privada, pero donde el Estado interfiere en todo. El Estado parte interfiriendo con las mejores intenciones de salvaguardar el bien común, pero la intervención burocrática abre tantas oportunidades de corrupción, que es movida por una mano invisible a favorecer sólo a los compadres y a los amigos.

En Venezuela esta caricatura del capitalismo tiene resultados exitosos comparados con los de un Perú, porque el Estado se nutre de las generosas regalías del petróleo. Un observador inexperto podría concluir que Venezuela tiene un modelo exitoso si, asombrado por los rascacielos y las autopistas, no alza la vista para observar la miseria que se desparrama por los cerros, y si no pondera el potencial de un país que, en términos de riqueza natural por habitante, podría hasta ser el más próspero del mundo.

Naishul, que viene de Rusia, un país donde persiste la inercia y la indecisión, a pesar de estar viviendo una permanente catástrofe, entendió en Caracas lo difícil, lo improbable que es que un gobernante se arriesgue a cambiar el statu quo cuando las cosas parecen andar más o menos bien, el caso de Venezuela ahora, o de Chile en 1980, cuando se elabora la Reforma Previsional. Sobre todo cuando el objetivo de cambiar el statu quo es que el gobernante renuncie a tentadoras tajadas de poder discrecional. Y más aún cuando el cambio implica enfrentarse a los intereses creados de un amigo actual o potencial. Por abusivos que sean esos intereses, un amigo es después de todo un amigo. Decía Naishul que fue sobre todo este punto el que le permitió entender lo heroicas que fueron las reformas económicas hechas en Chile. “Es fácil perjudicar, incluso reprimir a un enemigo”, decía. “Es difícil, casi imposible siquiera imaginar cómo un político podría perjudicar a un amigo, por mucho que sea para el bien común, porque al hacerlo se expone a los más ingratos odios personales”.

Cuando se rompen intereses creados en función del bien común, se obra en perjuicio de minorías con nombre y apellido para favorecer a mayorías abstractas. Son pocos los gobernantes capaces del sacrificio personal que ello implica. Con la Reforma Previsional realizada por José Piñera se acabó con un sistema que había llevado la repartija corrupta de fondos públicos a dimensiones grotescas, tanto más inmoral porque los fondos de que se abusaba eran los crédulos aportes de los trabajadores chilenos, y porque el sistema se fundamentaba en una hipócrita retórica de solidaridad. No es casual que esta reforma medular, sin la cual es inimaginable el actual modelo económico, fue realizada por un ministro que recién se había arriesgado al odio de las cúpulas sindicales al confeccionar el Plan Laboral.

Fuera de ser intrínsecamente propensos a la corrupción, se sabe que los sistemas previsionales de reparto como el que había en Chile y los que hay todavía en casi todo el mundo, están destinados a quedar desfinanciados por razones demográficas, sobre todo, paradójicamente, en los países más desarrollados. Por eso la Reforma Previsional chilena es estudiada no sólo por mexicanos, argentinos, polacos y húngaros sino también por norteamericanos e ingleses, con ganas de aplicarla a sus propios países.

La Reforma Previsional estuvo basada en ideas que ahora parecen simples, casi obvias. Así son las buenas ideas. Pero por simples que sean, hasta ahora ningún país del mundo se ha atrevido a hacer la reforma, aunque todos la comenten con envidia y sueñen con hacerla.

Uno de los grandes aciertos de la Reforma Previsional fue que distinguió entre dos cosas que habitualmente se confunden: las bondades de una eventual libertad y los peligros en el camino de transición hacia ella. Reconoció que la libertad económica era cosa nueva en Chile y, por tanto, anticipó u observó su dolorosa curva de aprendizaje, e hilvanó un prudente proceso transitivo que entregara las libertades para invertir e forma gradual hasta que el nuevo empresario chileno superara la adolescencia.

En El Cascabel al Gato, José Piñera da un testimonio personal, muy lúcido y muy entretenido, de la elaboración de la Reforma y de las luchas que se libraron contra los intereses creados para efectuarla. Cuenta que en una de las últimas discusiones, un coronel hizo de repente una pregunta amenazante: “¿Quiero saber, señor ministro, dónde existe un régimen previsional como el que usted quiere implantar en Chile?”. El Ministro tuvo que contestar que en ninguna parte, cosa terrible en un país donde se justifican cambios con argumentos como “así lo hacen en Alemania”. Lo extraordinario de esta reforma es que fue forjada en casa, por un equipo de mente abierta que cuestionaba todo y no descartaba nada, partiendo incluso con la pregunta de si era necesario que hubiera una Ley de Previsión. Curiosamente, de todas las reformas liberales, la Reforma Previsional es la más chilena y la más admirada en el exterior. Eso algo nos dice del potencial que tienen profesionales chilenos cuando se juntan a pensar problemas con la mente abierta, sin esos complejos de inferioridad que conducen a plagios a la vez superfluos y triviales, para no decir nocivos.

Gracias a la Reforma Previsional, Chile tiene ahora un futuro previsional solvente. Además, gracias a ella Chile es de los pocos países en desarrollo con inversionistas institucionales profesionales. Estos serán una fuente cada vez más importante de financiamiento para las empresas, a través de emisiones de acciones, con dos consecuencias positivas: más empresarios se verán tentados a difundir la propiedad de sus imperios; y éstos estarán sometidos a la disciplina de terceros, que les exigirán cada vez más eficiencia.

Cabe felicitar a José Piñera no sólo por su libro, sino por esta gran obra, producto de un hombre capaz de renunciar al placer tan tentador, aunque efímero, de ser el bueno de la película de turno. Capaz de renunciar a ese placer en aras de un bien común cuyos frutos sólo se confirmarán después de años, aunque ahora parezca difícil creerlo, ahora que damos por sentados los frutos de la Reforma Previsional, ahora que no nos imaginamos un Chile sin ellos.

 

 

 

 

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