José el evangelista

(Reportaje de revista Capital, Abril de 1999).

El padre del sistema privado de pensiones ya ha logrado exportar este modelo a otros siete países latinoamericanos. El mes pasado el modelo chileno entró a operar en Polonia, la más próspera de las antiguas economías del Este. El premio mayor es aplicarlo en Estados Unidos. En este caso, por supuesto, se trata de palabras mayores.

Nada lo deprime y no conoce eso que llaman sequía de inspiración. A José Piñera –qué diablos, está en su carácter—se le ocurren mil ideas diariamente, ni una menos, y ha llegado a una suerte de perfección administrando sus capacidades, sus contactos y sus tiempos. En líneas gruesas, pasa un mes dictando conferencias por todo el mundo y otro tanto en Chile. Cuando está aquí, los fines de semana en su moderna casa frente al mar en Cachagua son largos. Ha descubierto una suerte de piedra filosofal dedicándose sólo a lo que le gusta. No hace nada donde no tenga ventajas comparativas a su favor. Envidiable ¿verdad? No hay ninguna organización ni contrato que lo ate a tareas administrativas o a papeleos rutinarios y soporíferos. Tiempo atrás redujo su infraestructura como consultor internacional y se quedó con lo mínimo. Eso mismo le asegura un grado de libertad poco frecuente en personajes de su nivel. Podría partir mañana donde quisiera y por el tiempo que fuera y nada de lo suyo se complicaría mayormente.

El nuevo mundo de JP

Esté donde esté –Nueva York, Shanghai o Tokio en los últimos meses— José Piñera se mantiene al frente de los desafíos que se ha propuesto a través de un PC portátil que lo sigue donde él vaya y al cual está conectado siempre. Por ahí se informa y revisa la prensa internacional. Desde ahí discute y plantea ideas. Cuando a mediados del año pasado decidió transferir su revista Economía y Sociedad a internet, terminó por liberarse de las tiranías de una publicación tradicional (costos, avisos, fechas de entrega, manejo de suscripciones, etc) y despejó las últimas barreras que interferían su contacto con el público lector. Ahora no sólo Economía y Sociedad está en la red, sino que además unos 10 mil chilenos reciben mensajes (“De JP”) en su correo electrónico con una frecuencia al menos semanal. Entre los lujos que le puede dar una revista gratuita y en la red está obviamente la flexibilidad en sus fechas de aparición. A través de internet José Piñera también conversa con la gente más inverosímil del país y del extranjero: empresarios empingorotados y chilenos anónimos, autoridades de aquí y de afuera, gente que lo rebate y gente que lo sigue…

El nuevo desafío de José Piñera comienza en 1995, cuando se une al Cato Institute de Washington D.C. para poner en marcha un proyecto tendiente a la privatización de la seguridad social norteamericana y que hoy por hoy le está tomando la mitad de su tiempo.

El Cato Institute, que en su denominación rinde homenaje a Catón el Joven (no el censor), tribuno romano que fue modelo de integridad y servicio público, es una institución independiente de los partidos, de sello absolutamente liberal (se opone incluso a la ampliación de la OTAN por considerarla un anacronismo), financiada por una base superior a los 13 mil aportantes y alineada con la causa de la libertad. La institución, a diferencia de centros similares, rechaza por razones de principio la obtención de fondos del gobierno.

José Piñera, tras liberar en 1993 una campaña presidencial independiente, acusada de haberse saltado los besamanos y de haber infringido los códigos del establishment partidista de la derecha (que todavía exalta a los candidatos que dicen “no puedo, no quiero ni debo”), se tomó un año sabático en 1994. Fue un período de viajes y estudios. Al año siguiente aceptó integrarse al Cato Institute en calidad de copresidente del proyecto de privatización de la seguridad social.

El Cato lanzó oficialmente su proyecto el 14 de agosto de 1995, en una gran conferencia en el Club de la Prensa de Washington. No fue una fecha cualquiera. Ese día se cumplían 60 años desde que el presidente Roosevelt firmó la ley que creó la Social Security americana. Frente a una audiencia superior a los cien periodistas, Piñera, junto a Edward Crane, presidente del Cato, y a Michael Tanner, director ejecutivo del proyecto, recordó que la seguridad social estadounidense cumplía 60 años: “Al cumplir 60 años, hay que comenzar a pensar en retirarse”, señaló ante la carcajada general de los asistentes.

En pocos meses, este proyecto se transformó en uno de los más importantes del Cato, con excelente llegada a los líderes del mundo empresarial, a influyentes medios de comunicación, a figuras del mundo político e incluso a la Casa Blanca y al Congreso.

Las bases del proyecto de privatización que el Cato está proponiendo a la sociedad americana son las mismas que tiene el sistema privado de pensiones vigente en Chile: capitalización individual, administración privada de los fondos, regulación estatal razonable para la gestión financiera, libertad de elección, pensión mínima y mecanismos de transición entre el antiguo y el nuevo sistema. Donde sí la propuesta difiere es en aspectos relacionados con el entorno. En Estados Unidos el sistema podrá nacer dentro de un marco mucho más liberal que el que tuvo en Chile. Cuando el sistema de AFP partió en 1981, aquí apenas existía el mercado de capitales; allá en cambio este mercado es sofisticado y gigantesco. Es evidente que allá no habrá que crear instituciones nuevas para manejar los fondos de retiro de las personas, porque ya existen y eso es lo que hacen bancos, administradoras de fondos, sociedades financieras y compañías de seguros.

En Estados Unidos, al margen de la seguridad social pública, existe un vigoroso sistema privado para generar pensiones de retiro que cubre a un segmento calculado entre el 30 y el 40% de la masa laboral. Obviamente se trata de la población de más altos ingresos y el sistema funciona sobre la base de franquicias tributarias. Los dineros aportados a estos fondos son deducidos de la base de cálculo de los impuestos.

Pero ese sistema no está al alcance de los trabajadores comunes y corrientes, que no tienen excedentes, que prácticamente están eximidos de impuestos y que apenas ganan lo suficiente para llegar a fin de mes.

“Nosotros –dice JP por email— no estamos preocupados del retiro de las personas de altos ingresos. Ellos tienen su problema solucionado por otro lado. Lo grave es que toda la fuerza laboral americana está en un programa que va derecho a estrellarse contra el iceberg del envejecimiento de la población. El programa llamado “Social Security”, que consume un 23% del presupuesto federal (más que el gasto en defensa), es un Titanic cuyo hundimiento tiene fecha y hora conocida. La crisis sobrevendrá de aquí a diez años cuando comienze a retirarse la generación del “baby boom”.

Así lo reconoció incluso el presidente Clinton en su “State of the Union” del año 1998. La mitad de la batalla estaba ganada: probar que el sistema estatal iba al precipicio. Queda eso sí la otra, la más dura, que se acepte el principio de capitalización individual.

En sus intervenciones, en sus escritos sobre el tema, en la carta pública que le dirigió en abril del año pasado al presidente Clinton, y que recogieron las columnas del prestigioso Wall Street Journal, Piñera apela a la imagen del Titanic. Va incluso más allá y alude al California, el buque que acudió tarde al rescate del malogrado transatlántico: “Existe la posibilidad de salvarb a los pasajeros pues hay un barco de salvataje, y esta vez se llama ‘Chile’. Por cierto que el problema de la transición, transferir a los pasajeros de una nave a otra, es siempre complejo. Pero mucho menos difícil ahora que después del choque”.

El naufragio es previsible en primer lugar por razones demográficas, asociadas al envejecimiento de la población. De aquí al 2030 se estima que la proporción de los mayores de 65 años subirá del 18 al 32% en Estados Unidos, Europa y Japón. Esta perspectiva es catastrófica para los sistemas de seguridad social basados en un esquema de reparto, porque agranda el contingente de trabajadores pasivos y plantea necesidades de financiamiento muy superiores a las cotizaciones que pueda hacer una masa de trabajadores activos relativamente estable.

El factor demográfico no es sin embargo la única bomba colocada en los pilares de la Social Security. La manipulación política también explica una parte de los desequilibrios que los estudios anticipan. En los 60 años que lleva, las cotizaciones sociales han subido 36 veces, en función de la misma dinámica que los hacía subir en Chile. Hay sí una gran diferencia: allá los beneficios siguen siendo parejos para todos. No es que los peluqueros de Arkansas tengan mayores beneficios que los barredores de Chicago. En esto el sistema ha mantenido una cierta integridad y decencia que aquí se había perdido mucho antes que el antiguo sistema muriera.

El gran debate en Estados Unidos

Tras la confirmación presidencial de la anunciada bancarrota del sistema, y la apertura de lo que el presidente Clinton llamó un período de debate, la discusión sobre la seguridad social norteamericana se situó a otro nivel. Ya nadie discutió sobre los desequilibrios que le aguardaban sino sobre los mecanismos para afrontar esa eventualidad y solucionar en lo posible de raíz el problema.

Para el Cato Institute fue una coyuntura especialmente favorable. Era la oportunidad por la que había luchado y el escenario ideal para plantear la idea de la privatización del sistema en la huella de lo que se hizo en Chile.

En estos momentos esa opción está compitiendo con otras “soluciones” que en realidad no lo son tanto. Son muchos los que creen que con sólo ajustar algunas de sus tuercas el sistema se podría salvar. Una posibilidad es alargar la edad de retiro. Otra, elevar las cotizaciones. A la gente de la Brookings Institution –un centro de estudios de orientación más estatista— se le ocurrió proponer que se mantenga el sistema de reparto, pero que sus excedentes sean invertidos por el Estado en el mercado de capitales para optimizar el manejo de los recursos. Una idea socialista, según Piñera, pero que pareciera haber ganado algunos puntos en la percepción de la actual administración.

El debate en todo caso sigue abierto y aunque todavía nadie puede cantar victoria, el ambiente para Piñera es electrizante: “Tengo la sensación de que todo es posible. Compruebo que todavía se puede cambiar el mundo”.

Aunque el triunfo todavía no le pertenezca, la batalla ha sido importante para el Cato Institute, que a raíz de este debate pasó a ubicarse entre los cuatro principales think tank de políticas públicas de los Estados Unidos, junto a la Brookings Institution, al American Enterprise Institute y al American Heritage, los dos últimos de tendencia conservadora.

José Piñera se ha convertido en uno de los principales interlocutores de la discusión pública en torno al tema. Incluso fue uno de los expositores de la ”Cumbre de la Casa Blanca sobre Seguridad Social” convocada en diciembre de 1998 por el presidente Clinton. Al encuentro fueron invitados unos 400 líderes de la sociedad norteamericana. En el panel de las soluciones intervinieron sólo cuatro expertos: Henry Aaron, de la Brookings Institution, partidario de ajustar el sistema pero sin alterar sus bases, quien propuso la inversión, mientras existan, de los excedentes del sistema de reparto en activos reales de la economía para neutralizar el desequilibrio inminente; Robert Ball, un funcionario de la vieja guardia, que manejó durante 30 años el sistema y que cree innecesaria cualquier reforma de fondo en tributo a un presunto contrato intergeneracional; Carolyn Weaver, del American Enterprise Institute, partidaria de las cuentas individuales, pero sólo con un cuarto de las contribuciones, y finalmente José Piñera, el único extranjero del grupo, quien afirma que “más allá de la discusión, más allá de las enseñanzas que dejó, esa cumbre fue una demostración de lo que ha hecho grande a Estados Unidos. Ahí estaba el presidente con su gabinete, ahí estaban los líderes del Congreso y ahí se confrontaban distintas posiciones con respeto, rigor y altura de miras”.

La madre de todas las batallas

Puesto que la reforma –parcial o a fondo— de la seguridad social americana es una batalla que será larga y que no se está dando sólo en Washington, los medios de comunicación de mayor influjo en la opinión pública han pasado a ser piezas muy importantes en el tablero de juego. El Cato cuenta entre sus aliados al Wall Street Journal y ha conseguido que The Washington Post intente aproximaciones más equilibradas al tema. Los editorialistas de The New York Times, sin embargo, han resultado más obstinados y siguen apostando al esquema de reparto. En ese contexto de aproximaciones encontradas, pasa a ser muy importante el compromiso con la privatización de la revista británica The Economist, por su fuerte influencia en líderes de opinión también de los Estados Unidos.

En diciembre último esta batalla tuvo un gran momento cuando la cadena ABC dedicó en el programa 20/20, producido por la legendaria Bárbara Walter, un reportaje de veinte minutos a la bancarrota de la seguridad social americana, a la forma en que está funcionando el sistema chileno y al hombre que lo implementó, José Piñera. Fue un gol de media cancha porque esa emisión tiene una audiencia estimada de once millones de espectadores y los productores se la jugaron por entregar un testimonio potente: viajó a Chile un gran equipo de producción que se metió a las AFP y entrevistó gente en el Paseo Ahumada, pusieron a reporteros a seguir los pasos de Piñera por conferencias y seminarios en Estados Unidos y un periodista lo entrevistó después en Santiago.

También están matriculados con la privatización los premios Nobel Milton Friedman y Gary Becker y el propio Alan Greenspan ha hecho declaraciones muy favorables a la implantación del modelo chileno. Greenspan está entre los convertidos por lo que The Economist llamó “el fuego evangelista de José Piñera”.

Cuando el ex ministro se reunió con 200 empresarios líderes de Silicon Valley, el propio Milton Friedman, a sus 85 años, viajó con su esposa desde San Francisco, donde viven, porque quiso ir a presentarlo. Para Friedman hay dos grandes reformas pendientes en estos tiempos: la privatización de la seguridad social y los bonos educacionales.

En el otro extremo, la oposición más fuerte al abandono del sistema de reparto está en el sindicalismo de viejo cuño reunido en torno a la AFL-CIO.

A nivel político, la causa de la privatización atraviesa transversalmente ambos partidos. La rechazan los republicanos más paternalistas y los demócratas más comprometidos con las cúpulas sindicales. La suscriben en cambio muchos congresistas republicanos y figuras del partido demócrata como Bob Kerrey, senador por Nebraska, y Daniel Patrick Moynihan, senador por Nueva York.

El 6 de octubre del año pasado, cuando José Piñera cumplió 50 años, mandó una carta a sus amigos en la que se reconoció genéticamente optimista. “De acuerdo a mis cálculos sobre la evolución de la expectativa de vida de un hombre sano al cumplir 50 años, --escribió-- hoy es el primer día del medio siglo que tengo por delante”. Ahí enumeró las cuatro principales tareas que le gustaría llevar a cabo en el futuro: a) ser ministro de Educación de Chile para realizar la gran reforma estructural pendiente, clave para poner fin de la pobreza; b) exportar el sistema chileno de pensiones, siempre mejorado y corregido, a los 182 países que faltan; c) contribuir con ideas, actitudes y gestos al reencuentro y reconciliación de todos los chilenos y d) seguir luchando para poder celebrar el 2010 el bicentenario de un Chile libre y desarrollado.

Desde que escribió eso, algo se le ha aliviado la tarea. Después que ingresó Polonia al club de la previsión privada, le quedan sólo 181 países por conquistar. Ya es menos.
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Postdata: “La historia no ha llegado a su fin”

El próximo 1º de mayo el sistema privado de pensiones alcanza su mayoría de edad: 18 años de operación. Buena oportunidad para hacer una evaluación. La respuesta de José Piñera:

“Habría que ser ciego para no ver que el sistema ha funcionado mejor de lo que hasta los más optimistas soñaron en su momento. Nunca una estafa, nunca una manipulación política entre gobiernos distintos, ningún escándalo. El promedio de rentabilidad sigue siendo excepcional –11% sobre la inflación--, pese a que cuando se lanzó el sistema se explicó con sólo un 4%. Pero es cierto que para la gente que entró al sistema en los últimos años el resultado hasta ahora es peor. Sin embargo, la previsión hay que mirarla en el largo plazo y con tasas de rentabilidad promedias”.

No obstante su satisfacción, JP dista mucho de creer que la previsión privada que él puso en marcha debe mantenerse intacta para la eternidad. Para él, la economía libre es sinónimo de revolución permanente. Siempre se están generando necesidades de ajuste en función de la experiencia, de los cambios tecnológicos, de la globalización. De hecho en octubre del año pasado declaró a The Economist:
“La paradoja es que quienes diseñamos el sistema queremos liberalizarlo, mientras que aquellos que inicialmente se opusieron a él no desean ni siquiera tocarlo. Se han convertido en más papistas que el Papa”.

Ahora su idea es que el sistema pueda liberalizarse mucho más. A su juicio, en los ajustes que debieran venir, antes que las instituciones del sistema, lo que debe primar es la noción de cuenta individual. “En el futuro –escribió recientemente en Economía y Sociedad— cada afiliado debería poder escoger, dentro de un rango mayor al actual, qué institución le administrará sus ahorros o decidir administrarla él mismo. En todos los casos, sujeto a la regulación legal necesaria para asegurar grados razonables de seguridad… Esta regulación deberá ser más liviana y desde ya es urgente eliminar todas aquellas cláusulas diseñadas para una transición que ya ha terminado y que hoy introducen rigideces inconvenientes (como, por ejemplo, la banda de rentabilidad, que impide una verdadera diferenciación del portafolio de los distintos fondos de pensiones)”.

La idea de JP es que la cuenta individual pueda ser administrada por muchas instituciones (bancos, compañías de seguros, otros administradores de fondos) e incluso por el propio trabajador. A su juicio, el sistema va a requerir que más actores puedan manejar las cuentas. Y el mismo proceso de concentración que no se observa en el mercado de los fondos de pensiones puede ser una alerta temprana de las exigencias de liberalización que está planteando el sistema.

La liberalización que Piñera está postulando permitiría a las personas: a) escoger a su propia discreción y continuamente, la diversificación de sus ahorros, reflejando sus personales grados de aversión al riesgo, su visión de los mercados y sus aspiraciones en función de la etapa que esté viviendo; b) decidir si asume personalmente o subcontrata la administración de su cuenta y c) ejercer si le interesa, el derecho a voto de sus acciones en las empresas de las que es accionista a través de sus fondos previsionales. Este último aspecto no es menor y relajaría dos cosas: el poderío aplastante que tienen las AFP en la designación de los directorios de las principales sociedades anónimas del país y la tendencia de esta industria a funcionar para estas responsabilidades con un grupo de figuras que se renueva poco y que puede ir camino de transformarse en un poder corporativo. Por lo demás, no es función de las AFP andar administrando empresas.

Para el padre de la previsión privada, el debate que se ha producido en torno a los eventualmente altos costos de administración del sistema es positivo, si bien técnico y con un aspecto que es complicado. Como el sistema es pionero, no hay muchos referentes con los cuales pueda ser comparado. El sistema –se dice— es caro. ¿Pero caro en relación a qué? Distinto es que se hagan esfuerzos para reducir costos. A su juicio, por ejemplo, hay una sobreregulación que encarece la operatoria. Hay servicios que se les han cargado a las AFP y por los cuales no puede cobrar directamente (la cuenta dos a cuenta de las empleadas domésticas). La propia medida de alcance populista de no cobrar por la administración de los fondos a quienes no cotizan es perniciosa.

Partidario de liberalizar el sistema y de encauzar la creciente demanda por productos diseñados según las distintas preferencias de cada individuo, para JP estas son las líneas del futuro del sistema. Optimista sin tregua, en el fondo es de los que cree que lo mejor todavía no ha pasado.

 

 

 

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