Viva el modelo económico chileno

Por José Piñera (EyS, Marzo 1997).


La revolución de libre mercado realizada en el período 1975-89 (durante el gobierno libertario) originó lo que se ha llamado el "modelo económico chileno".

Una vez maduro, el modelo ha generado diez años consecutivos de crecimiento a la espectacular tasa promedio anual de 7,9% (1987-96) y ha reducido la pobreza a la mitad. Sin embargo, algunas erradas políticas públicas de los últimos años reducirán en el futuro la tasa de crecimiento y harán más lenta la reducción de la pobreza.

Lo más importante es que, por primera vez en nuestra historia, están creadas las condiciones para derrotar la pobreza y el subdesarrollo. 

El modelo ha sido, entonces, lo mejor que le ha pasado a Chile, y especialmente a su gente pobre, en este siglo.

Es interesante analizar lo que ha sucedido con la evolución de los ingresos autónomos de los hogares en este período de crecimiento acelerado (estos ingresos no incluyen los subsidios sociales del Estado y, por lo tanto, subestiman el mejoramiento efectivo de los más necesitados).

El promedio de ingreso del quintil más pobre subió un 61% en ese período, de $52.276 a $84.173 (todas las cifras son oficiales y expresadas en pesos del mismo valor de Noviembre de 1998). Mientras el promedio de ingresos a nivel país subió en un 58,5%, los del quintil más rico subieron en un 56%, de $ 800.182 a $ 1.249.466.

Las cifras demuestran, entonces, que los ingresos de todos los hogares suben en porcentajes importantes, y aquellos de los hogares más ricos lo hacen a un ritmo inferior al promedio y al del quintil más pobre. O sea, el crecimiento de libre mercado ha sido, bajo cualquier definición razonable, un "crecimiento con equidad".

Por cierto, la pobreza de siglos no se puede eliminar en una o dos décadas. Pero se ha avanzado hacia esa meta más que en cualquier otro período similar en nuestra historia.

Es errónea la noción de que el "modelo", si bien está eliminando la pobreza, aumentaría la "desigualdad". El tema admite muchas perspectivas distintas. Por ejemplo, si la desigualdad del ingreso entre el quintil más rico y el más pobre es medida como el cuociente entre tales ingresos promedios, la desigualdad también disminuyó en este período, ya que el cuociente desciende desde 15.3 en 1987 a 14.8 en 1996 (reflejo del hecho de que los ingresos del quintil más pobre crecieron en un 61% versus el 56% del quintil más rico).

Se requiere una definición alambicada de desigualdad, como brecha absoluta de ingresos, para poder llamar "desigual' el crecimiento del período 1987-96, ya que esa brecha aumentó desde $ 747.906 a $ 1.165.293 (diferencia aritmética entre los ingresos promedios del quintil más rico y el más pobre).

Pero una definición así es más pariente de la envidia que de la equidad. En la Biblia del igualitarismo --"A Theory of Justice" (1971)-- el filósofo John Rawls sostiene que "una política que beneficia a toda la raza humana excepto a una persona no debe ser adoptada (incluso si esa persona no es dañada por la política), porque esa sería una 'injusta' distribución de los beneficios de esa política". Esa equivocada conclusión fue refutada brillantemente por Robert Nozick en "Anarchy, State and Utopia" (1974) y por Thomas Sowell en "Knowledge and Decisions" (1980).

Para los que creemos que disminuir la pobreza (es decir aumentar el nivel de ingresos de los hogares más pobres) es el gran imperativo moral, el modelo ha funcionado maravillosamente bien.

Incluso para los que creen que es importante reducir el cuociente de desigualdad (es decir que los ingresos del quintil más pobre aumenten a un porcentaje superior al del quintil más rico), el modelo también lo ha logrado.

Hay que ser partidario de una versión extrema del igualitarismo para estar insatisfecho con el modelo desde esta perspectiva.

Para avanzar aún más rápido, lo que falta es realizar la verdadera reforma de la educación que necesita Chile (ver mi ensayo "Un nuevo mundo educacional"). Ese sería el golpe mortal a la pobreza. Además reduciría la desigualdad de ingresos, no expropiando a los más productivos sino aumentando fuertemente la productividad de los más pobres.

La clave está en comprender que es imposible lograr un país sin pobres y sin ricos. El crecimiento acelerado que elimina la pobreza también recompensa a los más productivos con mayores ingresos, creando "ricos".

Por otra parte, las políticas públicas que intentan eliminar a los ricos crean inevitablemente un país de pobres, ya que ellas tienen que expropiar los ingresos de los sectores más trabajadores, innovadores y dinámicos y limitar las libertades personales en tal grado que debilitan mortalmente los estímulos claves del crecimiento. La igualdad de ingresos sólo se puede lograr dentro de la pobreza (y el totalitarismo).

Un estadista debe tener el coraje para explicarle a la ciudadanía que para lograr un país sin pobres se debe aceptar, incluso valorar, un país con ricos, siempre que esa riqueza provenga de logros en un mercado competitivo y no de subsidios estatales, abuso de posiciones monopólicas, fraude o corrupción.

Y una sociedad madura es aquella que acepta una pluralidad de jerarquías, limitando el prestigio de la riqueza a su justa dimensión y reconociendo que hay otras jerarquías tan o más valiosas.

Más que promover un concepto anacrónico y anti-natural de "igualdad", el debate actual debería estar centrado en como darle un "segundo gran impulso" al modelo que acelere el crecimiento y conduzca al pleno empleo.

Es imprescindible eliminarle las rigideces que se han ido acumulado con la avalancha de leyes y regulaciones, ponerlo al día con la revolución tecnológica que está cambiando la faz de la tierra, y realizar las reformas pendientes que lo completen, y prioritariamente aquella de la educación.

Conservando el magnífico barco que se ha construido, Chile requiere un "golpe de timón" si pretende ser un país desarrollado el 2018.


 

 

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