El Papa frente al Holocausto

(Discurso de S.S. Juan Pablo II en Jerusalén el 23 de marzo del 2002).

En este lugar de recuerdos, la mente, el corazón y el alma sienten una extrema necesidad de silencio. Silencio para recordar. Silencio para tratar de buscarle sentido a los recuerdos que me inundan. Silencio porque no hay palabras suficientemente fuertes para deplorar la terrible tragedia de Shoah. 

Mis recuerdos personales son de todo lo que paso en Polonia cuando fue ocupada por los nazis durante la guerra. Recuerdo mis amigos y vecinos judíos, algunos de los cuales murieron y otros sobrevivieron.

He venido a Yad Vashem a rendir homenaje a los millones de judíos, quienes despojados de todo, especialmente de su dignidad humana, fueron asesinados en el Holocausto. Ha pasado más de medio siglo y aún persisten los recuerdos.

Aquí, como en Auschwitz y muchos otros lugares en Europa, estamos sobrepasados por el eco de los lamentos de tantos. Hombres, mujeres y niños lloran a nosotros desde las profundidades del horror que conocieron. ¿Cómo no atender su llanto? Nadie puede olvidar o ignorar lo que pasó. Nadie puede quitarle importancia. Queremos recordar. Pero queremos recordar con un propósito, principalmente para asegurar que nunca de nuevo va a prevalecer el mal como sucedió con los millones de víctimas inocentes del nazismo.

¿Cómo puede el hombre tener un total desprecio por el hombre? Porque hay desprecio a Dios. Sólo una ideología sin Dios puede planear y llevar a cabo el exterminio de un pueblo entero.

El honor dado a los "gentiles" por el estado de Israel en Yad Vashem por haber actuado heroicamente para salvar judíos, algunas veces al punto de dar sus propias vidas, es un reconocimiento de que ni en los momentos más oscuros están todas las luces apagadas. Por eso es que los Salmos y la Biblia entera, aunque conscientes de la capacidad humana para el mal, también proclaman que el mal no va a tener la última palabra. 

Judíos y cristianos comparten un gran patrimonio espiritual, que viene de la revelación de Dios. Nuestra enseñanza religiosa y experiencia espiritual nos exige que venzamos al mal con el bien. Nosotros recordamos, pero sin deseo de venganza ni incentivo al odio. Para nosotros, recordar es orar por la paz y justicia, y comprometernos con su causa. Sólo un mundo en paz, con justicia para todos, puede evitar que se repitan errores y terribles crímenes del pasado. 

Como Obispo de Roma y sucesor del Apóstol Pedro, le aseguro al pueblo judío que la Iglesia Católica, motivada por la ley de la verdad del evangelio y el amor y sin consideraciones políticas, esta profundamente triste por el odio, actos de persecución y muestras de antisemitismo dirigida contra los judíos por los cristianos en cualquier momento y en cualquier lugar. La Iglesia rechaza el racismo en cualquiera de sus formas, como una negación a la imagen del Creador inherente a todo ser
humano.

En este lugar de solemne recordatorio, fervientemente rezo que la pena por la tragedia que sufrió el pueblo judío en el siglo XX nos lleve a una nueva relación entre cristianos y judíos. Construyamos un futuro nuevo donde no haya más sentimiento anti-judío entre cristianos o anti-cristiano entre judíos, sino más bien un respeto mutuo de los que adoran al único Creador y Señor, y miramos a Abraham como nuestro Padre común en la fe.

El mundo tiene que prestar atención a la advertencia que viene a nosotros a través de las víctimas del Holocausto y del testimonio de los sobrevivientes. Aquí en Yad Vashem el recuerdo esta vivo y se plasma en nuestra alma. Nos hace clamar: "Escucho las calumnias de la turba, terror por todos lados! Mas yo confío en ti, Señor, y me digo: ¡Tu eres mi Dios!" (salmo 31, 13-15).

 

 

2010 © www.josepinera.org