¿Sobrevivirá el euro la crisis de las pensiones? 

Por José Piñera
[El Mercurio, 21 de noviembre de 2003]

Un fantasma recorre la zona euro. Es el fantasma de la bomba de tiempo de las pensiones. De acuerdo a la OECD, la deuda implícita de los sistemas de pensiones estatales europeos es enorme: más del 200% del PIB en Francia e Italia y más del 150% del PIB en Alemania. Para 2005, casi una tercera parte de la población de Europa estará jubilada. Se necesitarían alzas drásticas en los impuestos a la mano de obra o dramáticas reducciones de las pensiones para equilibrar las finanzas del sistema estatal que ha creado una verdadera cultura de la dependencia en el Viejo Continente.

En un reciente artículo en la revista "Foreign Affairs", Niall Ferguson y Larry Kotlikoff destacan que "los desequilibrios generacionales a través de la zona euro amenazan gravemente la viabilidad a mediano plazo de la moneda única (...) Los países con los desequilibrios más severos intentarán ejercer presión sobre el Banco Central Europeo (BCE) para que afloje la política monetaria. (...) La historia indica que los problemas fiscales asimétricos hacen que las uniones monetarias entre estados fiscalmente independientes se disuelvan rápidamente".

Incluso la Comisión Europea hace poco destacó que "hay un déficit fiscal insostenible a largo plazo en al menos la mitad de los países de la Unión Europea (UE). Bélgica, Alemania, Grecia, España, Francia, Italia, Austria y Portugal están en esta lista negra". Y el encargado para asuntos monetarios de la UE, Pedro Solbes, agregó que "hay sólo un tiempo limitado para que estos países ordenen sus finanzas públicas antes de que sobrevenga el shock fiscal de una poblacion que envejece aceledaramente" (Euobserver.com, 21 de mayo de 2003).

Basta señalar un ejemplo dramático. Como en 30 años más un solo trabajador respaldará a cada jubilado en Alemania, el siguiente escenario de pesadilla describe agudamente la naturaleza de la coerción que esto puede ocasionar: "En 2050, para ahorrar dinero y liberar a preciados trabajadores, el Bundestag votará para abolir la burocracia que administra el sistema de pensiones. Desde ahí en adelante, a cada jubilado se le asignará su 'esclavo laboral', quien le entregará cada mes la mitad de su salario". (Stefan Theil, "Newsweek", 30 de junio de 2003).

Algunos países europeos han empezado a reconocer lentamente las consecuencias fiscales de estos desequilibrios demográficos. Pero, lamentablemente, parecen creer que basta cambiar algunos parámetros del sistema de pensiones estatal para resolver la crisis.

Estaba en París en julio de este año cuando el Primer Ministro francés Jean Pierre Raffarin habló en forma elocuente de la necesidad de una "lucidez demográfica" y propuso eliminar algunos privilegios evidentes del sistema de pensiones de los empleados fiscales. Pero esas medidas son como una aspirina contra el cáncer. Hace dos años la tímida reforma de pensiones en Alemania fue un fracaso. Ahora el Canciller Schroeder ha anunciado su "Agenda 2010", que implica sólo cambios menores a un sistema quebrado.

Hay tres grandes problemas con estas reformas "paramétricas" de los sistemas de pensiones de reparto. En primer lugar, su viabilidad política entre los países de la unión monetaria europea (EMU) es asimétrica. Por ejemplo, es menos difícil elevar la edad legal de jubilación en un país de ciudadanos disciplinados como Alemania que en Francia, donde el intento reciente de ajustes marginales en esta área para los empleados públicos no sólo condujo a huelgas prolongadas y debilitantes, sino incluso al apoyo para éstas de una mayoría de la población.

En segundo lugar, es probable que un cambio "paramétrico" como ése induzca cambios en el comportamiento de esos trabajadores a quienes se les está pidiendo que extiendan sus vidas laborales. Así, por ejemplo, si se extiende la vida laboral, muchos trabajadores se acogerán, con o sin razón, a pensiones de invalidez, lo que sólo significaría cambiar la fuente de gasto estatal a otro programa o ministerio. Las rígidas leyes laborales europeas no sólo mantienen una tasa alta de desempleo estructural, sino que harían especialmente difícil para las personas con más de 65 años conservar sus empleos, puesto que los sueldos no pueden ajustarse hacia abajo en consonancia con la disminución de la productividad en empleos industriales.

Por último, cada intento por reducir las jubilaciones o aumentar los impuestos al trabajo producen una disminución en la ya mínima "tasa de retorno" de estas contribuciones, conduciendo así a la probable rebelión de los trabajadores jóvenes a los cuales se les confisca su capacidad de ahorro.

Vislumbro un grave conflicto en el horizonte entre una "Europa financiada" y una "Europa no financiada". En el primer grupo, estarán los países con importantes sistemas de pensiones privados (Reino Unido y Holanda); aquellos que han introducido recientemente, aunque en forma parcial, el sistema chileno de capitalización (Suecia y Polonia); y aquéllos con finanzas públicas sólidas (Irlanda y Luxemburgo). En el segundo grupo estarán los cuatro países de lejos más grandes de la zona euro: Francia, Alemania, Italia y España.

Las primeras escaramuzas ya han empezado en torno al acatamiento de las reglas de Maastricht. Si bien el Primer Ministro de Bélgica ha dicho que las reglas sobre los déficits son "nuestra biblia", el Primer Ministro francés le respondió que "mi labor no es resolver problemas matemáticos para complacer a un país en particular".

Los líderes de la "Europa no financiada" tal vez quieran seguir la antigua receta latinoamericana, es decir, presionar al BCE en favor de una expansión monetaria que implique la devaluación del euro, de modo que la inflación resultante reduzca el poder de compra de las jubilaciones. Pero la "Europa financiada" probablemente se opondrá a esta acción. Estos conflictos estallarán en el seno del consejo del BCE y serán difíciles de resolver entre naciones soberanas. Por supuesto, este horizonte conflictivo puede estar detrás de la reticencia de países previsionalmente cada vez más "financiados", como el Reino Unido, Dinamarca y Suecia (país que acaba de rechazar en un referéndum la adopción del euro). Antes de dejar su cargo de Presidente del BCE, Wim Duisenberg advirtió que desmantelar las reglas que sostienen al euro sería un "desastre para Europa".

El economista Martin Feldstein ha esbozado un guión terrible: "Un rasgo crítico de la UE en general y de la zona euro en particular es que no hay una forma legítima de retiro para un miembro. Éste es un matrimonio ante Dios que debe durar para siempre. Pero si los países descubren que el cambio a una moneda única está perjudicando sus economías, algunos de ellos desearán irse. Puede que la mayoría de países no acepte la secesión de un miembro, ya sea por interés económico propio o por una inquietud más general sobre la estabilidad de la unión completa. La experiencia de Estados Unidos con el intento de secesión del Sur puede contener algunas lecciones sobre el peligro de un tratado o constitución que no tenga salida" ("El euro y la guerra", Foreign Affairs, nov/dic. 1997).

Steve Moore va más lejos e imagina un escenario apocalíptico: "La próxima gran guerra en el continente europeo podría ser entre las generaciones. Los escuadrones de la muerte que impusieron la política china de un único hijo no irán en Europa tras los niños, sino contra los ancianos. La eutanasia algún día puede ser puesta en vigor con la misma mano firme del Estado que impone la esterilización y el aborto forzado en lugares como China e India" ("La bomba de tiempo demográfica que enfrenta Europa y Japón", Laffer Associates Report, 4 de marzo de 1999).

El problema de fondo es que el actual sistema europeo de pensiones estatal es colectivista. Al destruir el vínculo esencial entre esfuerzo y recompensa, entre contribuciones y beneficios, se estimula el "robo legal", y al volverlo dependiente de las tasas de natalidad y las expectativas de vida, se ha colocado en el lado equivocado de la megatendencia demográfica del siglo XXI hacia menores tasas de fertilidad y envejecimiento de la poblacion.

La solución es introducir el sistema de pensiones de capitalización y permitirle a los trabajadores acumular capital, ya que no acumulan hijos, en cuentas personales de jubilación. Así se restablece el vínculo esencial entre esfuerzo y recompensa que es la base de la vida misma.

Chile fue pionero en el mundo y lo hizo con gran éxito hace ya 22 años. Quince países lo han seguido, con variantes, y 70 millones de trabajadores en el mundo ya tienen cuentas de retiro. Dos países europeos importantes como Polonia y Suecia ya han empezado esta transformación. La salida óptima a la crisis de pensiones, y por lo tanto del euro, sería que el resto de los países europeos también avancen en esta dirección, como sostuve en mi ensayo "Una salida a la crisis de las pensiones de Europa" (Wall Street Journal Europe, 25 de junio de 1998).

Un sistema de cuentas de jubilación personales también mejoraría la movilidad laboral, otra clave para el buen funcionamiento de una unión monetaria, y si se complementa con una reforma del sistema de invalidez, ampliaría la fuerza laboral disponible y reduciría el gasto innecesario de gobierno.

Una de las figuras más importantes de los últimos 200 años fue, sin duda, el Canciller de Hierro, Otto von Bismarck. Su importancia se debe a que instituyó dos cambios políticos de gran consecuencia para nuestra civilización.

El primero fue la unificación de Alemania a través, según sus palabras, del "hierro y el acero", sobre una base militarista y nacionalista. Las consecuencias de eso marcaron el siglo XX en la forma terrible que todos conocemos bien.

Su segundo legado fue la institución de los sistemas de pensiones estatales obligatorios, lo que fue motivado por la misma visión de nacionalismo y estatismo. Von Bismarck conectó sus planes de pensiones con su militarismo al explicar que, igual como los soldados en el ejército tenían derecho a sus pensiones por los servicios al Estado, todos los trabajadores debían ser considerados "soldados del trabajo", con derecho a una pensión del Estado y, como lo explicó muy claramente, para así poder "manejarlos" más fácilmente que a trabajadores con pensiones privadas. Las consecuencias de este segundo error bismarckiano marcarán el siglo XXI, a menos que podamos explicarle a la gente los resultados de esa política, y cómo evitarlos.

Aquellos de nosotros que valoramos el esfuerzo noble y visionario de crear un espacio económico común en Europa, y en esa forma asegurar la paz en un continente desgarrado durante tanto tiempo por guerras tribales, quisiéramos que no fracase la moneda única que ha llegado a ser para muchos el símbolo de la integración europea. Es la hora, entonces, de salvar el sueño europeo abandonando para ello el paradigma de pensiones de Bismarck y creando uno nuevo basado en un sistema de pensiones anclado en la propiedad de los ahorros para la vejez, la libertad individual y la responsabilidad social.

[Extracto del ensayo presentado en la Conferencia Monetaria Anual del Instituto CATO sobre el tema "El Futuro del Euro". Washington, 20 de noviembre de 2003]


 

 

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